jueves, 29 de julio de 2010

UNA BANDERA EMBARRADA COMO SIMBOLO DEL TERREMOTO INMATERIAL DE CHILE

La tragedia del terremoto y maremoto del 27 de Febrero del Año del Bicentenario nos ha quebrado cimientos fundamentales de nuestra vida cotidiana y nos ha puesto en crisis la visión de nosotros mismos. Cayeron casas y edificios, se rompieron puentes y carreteras; en zonas costeras, se desplazaron embarcaciones al centro de las ciudades mientras las calles de muchos pueblos eran verdaderos ríos. La muerte se instaló en cientos de familias y el miedo aún nos recorre por las venas, sobre todo porque los movimientos telúricos no han cesado en el centro y sur de nuestro país. Los lugares de refugio y de salud se convirtieron en espacios de silencio o muerte. Las referencias de cada localidad y ciudad del centro y sur de Chile han sido trastocadas; y la geografía, dicen, ha sido torcida y transmutada.

Siento y pienso que la tragedia es muy profunda. No son sólo cerca de 200 mil casas dañadas, hospitales y escuelas destruidas y caminos cerrados. El terremoto y el tsunami destruyeron nuestro Hogar; aquel espacio ciudadano construido a lo largo de varias generaciones, la Patria de la Infancia como dijera Gabriela Mistral. Una parte sustantiva de las huellas de nuestros padres y de nuestras madres, de nuestros abuelos y abuelas, de nuestras propias huellas, se han borrado. Se han borrado en Curepto, en Lolol, en el Barrio Yungay, en Constitución, en Talca, en Talcahuano, en Los Ángeles, y en tantos lugares. Donde existían edificios, casas, hospitales, locales comerciales, liceos y escuelas, primero quedó barro, maderas, tejas y pedazos de muros, y hoy sólo existen cientos de espacios vacíos.


También, en esta tragedia el Espejo nos mostró un rostro de nosotros que nos duele. Esa parte del alma de Chile que arrasa con el hermano cuando está más dolido y necesitado. Esa parte del alma nuestra que se hace más insaciable por tener bienes cuando el riesgo a la muerte se hace más presente. Y vimos un Chile con miles de fragmentos visibilizados por la fragmentación de la tierra. Seres humanos tratando de obtener agua y saber de sus hijos(as) y parientes desaparecidos, mientras otros llenaban sus lujosos autos con mercadería prescindible. Pero, igualmente, vimos periodistas en éxtasis mostrando sólo parte de los trozos fragmentados de este Chile y silenciando la nobleza de muchos y muchas, tal vez porque no era “rentable”.

El terremoto visibilizó, también, la precariedad de conservación de parte de nuestros acervos culturales. Más del 30% de los Monumentos Nacionales Históricos y Zonas Típicas de las regiones afectadas por el Sismo, han sufrido gravísimo daño y otro tercio sufrió de significativos daños. Iglesias del siglo XVII y XVIII simplemente se derrumbaron, y edificios emblemáticos para Chile y muchas generaciones de talquinos como el Liceo Abate Molina y el Museo O`Higginiano y de Bellas Artes de Talca están en serios riesgos, mientras comunas completas como Curepto o Cobquecura ya casi no existen.

Pero, la destrucción de este Sismo es, también, inmaterial. El Sismo nos ha quitado muchas de nuestras referencias, de nuestras huellas y de nuestros testimonios. Este otro terremoto, el terremoto de la Memoria es una fractura muy profunda al alma de muchas comunidades y miles de compatriotas. Se les han desparecidos sus testimonios, sus huellas, sus referencias, los espacios de sus recuerdos personales, familiares y comunitarios. Justo en un momento histórico en que estábamos asumiendo con tanta fuerza como sociedad chilena, la amplitud e importancia de la Memoria y el Patrimonio Cultural. Un patrimonio cultural comprendido en su profunda e indisoluble vinculación con la geografía y la naturaleza. Un momento en que explicitábamos nuestra comprensión sobre la necesidad humana y el Derecho y Deber de Memoria y de Patrimonio Cultural. Necesidad , derecho y deber, también ,para redefinirnos como país mestizo, multicultural y multiétnico y geográficamente diverso.

Y esa bandera partida, embarrada, levantada por un hombre joven en Constitución, en medio de tanta fragmentación del rostro de Chile, siento y pienso que adquirió tanta fuerza e impacto en todos nosotros porque apeló a esa memoria ancestral de comunidad, recordándonos que somos una COMUNIDAD, con pasado y con futuro; recordándonos, también, que el himno nacional y la bandera de un pueblo o país son parte sustantiva de su Patrimonio Cultural. En ellos se condensa una historia luminosa y dolorosa compartida, un sentido de pertenencia y una Voluntad de Ser, como decía Gabriela Mistral.

Ahora la pregunta que inevitablemente surge es ¿qué se reconstruirá?. ¿Quiénes y dónde se definirá lo que se demolerá y lo que se recuperará por la importancia patrimonial que conlleva? . Existe un riesgo muy alto en algo aparentemente bondadoso; me refiero a las donaciones para reconstruir pueblos y ciudades. ¿Será el Donante quién definirá cómo se construye Cobquecura,Iloca, Dichato, Lolol, Constitución o Talca?. O será la comunidad de cada ciudad o comuna, con sus organizaciones y ciudadanos, y el apoyo de arquitectos, ingenieros, historiadores, universidades regionales, quienes definan cómo será su ciudad o pueblo después del terremoto y tsunami. El riesgo se limita cuando el Donante DEBE entregar su aporte para desarrollar el Proyecto de Recuperación Patrimonial y Reconstrucción de “la ciudad “ o “Pueblo” , que la ciudadanía ha definido con el aporte de profesionales especializados.

Por otra parte, resulta preocupante el accionar de muchas autoridades locales y regionales , caracterizada por la desidia para dar respuesta clara a las personas y comunidades sobre cuáles serán los apoyos económicos efectivos para la restauración patrimonial. Peor aún, algunas autoridades han simplemente entregado la definición de un denominado Plan de Reconstrucción a empresas constructoras o consultoras , sin consideración opinión de los ciudadanos y de los especialistas en patrimonio cultural. En Talca, incluso, se ha propuesto crear un Banco de Propiedades para vender bien  y al mejor postor construcciones y sitios de gran valor histórico.

La pregunta es si seremos capaces como país de reparar el fino tejido de una parte de nuestra memoria y de nuestros acervos culturales que hoy están dañados. De no hacerlo así, la Bandera embarrada terminará por romperse.



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