viernes, 30 de julio de 2010

LA INMATERIALIDAD DE NUESTRA MATERIALIDAD:UN PATRIMONIO CULTURAL COMPLEJO Y DIVERSO

Somos un país pequeño, pero tenemos el privilegio de contar con grandes creadores. Gabriela Mistral y Pablo Neruda, dos grandes poetas e intelectuales, fueron reconocidos con el Premio Nobel de Literatura. Nuestro poeta Gonzalo Rojas, ha sido reconocido con galardones tan relevantes como el Premio Cervantes, Octavio Paz y Reina Sofía. El escritor Jorge Edwards, Premio Nacional de Literatura, ha sido valorado con diversas distinciones, entre ellas el Premio Cervantes. Por cierto, Roberto Matta es considerado uno de los grandes de las Artes Visuales Contemporáneas. Violeta Parra y Víctor Jara son grandes creadores que, recogiendo el habla, los saberes y sonidos ancestrales del pueblo chileno, han traspasado las fronteras de nuestro país para constituirse en referentes culturales del mundo. Raúl Ruiz y Alejandro Jodorowsky , junto a Juan Downey, Roberto Bolaño, Diamela Eltit, José Donoso, Isabel Allende y tantos otros y otras creadoras del Siglo XX hacen y son testimonio de una compleja cultura chilena en diálogo con y en el mundo. Elicura Chihuailaf se ha levantado no sólo como portador del habla y de la dignidad del pueblo mapuche, sino ha sido reconocido internacionalmente por la conmovedora belleza y verdad de su obra poética.

Lo que somos hoy es parte de una historia extensa y compleja que se inicia antes que España "nos descubriera". Una parte significativa de nuestra memoria e historia actual se inicia y tiene su base étnica, social, cultural y religiosa en nuestros pueblos originarios, en particular del Pueblo Mapuche. Somos un país mestizo. Somos un país parido del encuentro de los diversos, del (des)encuentro del español con el mapuche, el diaguita, el huilliche, el aymara, los coya. Somos un país parido por el (des) encuentro de criollos con habitantes de lejanos territorios que fueron traídos o desearon venir a vivir a estas tierras australes: italianos, holandeses, alemanes, chinos, coreanos, peruanos, bolivianos, ecuatorianos, ingleses. Nuestra(s) identidad(es) se ha(n ) construido y se construye(n) desde ese mestizaje y del encuentro y no encuentro con “el otro”. Pero, también, somos testimonio o herederos del (des)encuentro de prácticas sociales y creencias religiosas distintas y a ratos contradictorias. Y somos herederos de una forma de habitar Chile, de transformar la naturaleza, de una forma de construir y habitar las ciudades, de una forma o formas de organización económica y política, de una(s) forma(s) de mirarnos y relacionarnos entre nosotros y con “los otros”. Desde esta complejidad histórica y cultural, creo, surge la pregunta por los sentidos de pertenencia que abrigamos como comunidad chilena.


Y esta pregunta cobra mayor fuerza en el contexto del actual proceso de globalización. Pareciera que en un mar cultural y geográfico tan enorme podemos perder el hogar y entonces buscamos la seguridad de “lo nuestro”. Entonces, redescubrir en nuestra historia y en nuestro presente aquellos bienes, prácticas y expresiones simbólicas que conforman nuestro rico y plural mundo cultural como chilenos, es una tarea necesaria para vivir el presente con tranquilidad, con capacidad creadora y sin miedo a dialogar con otras comunidades y otras culturas. Pero ese proceso de “Memoria” no puede hacerse negando nuevamente “nuestro carácter mestizo”, como tampoco negando la tensión original: en estos territorios existían pueblos y comunidades, antes de la Conquista y de la República, y siguen existiendo hasta hoy.


En esta perspectiva, pienso que es indispensable asumir el imperativo intelectual, ético y social de comprender y trabajar con un concepto profundo, integral, complejo e inclusivo de patrimonio cultural; esto es, asumir en toda su envergadura que constituyen patrimonio cultural una diversidad de bienes, oficios, prácticas y representaciones simbólicas. Cuando hablamos de patrimonio cultural no estamos haciendo referencia sólo a edificios, lugares con valor histórico, arquitectónico o arqueológico, como tampoco sólo hacemos referencia a objetos con valor histórico, artístico o antropológico. También estamos hablando de patrimonio inmaterial o intangible. Y, para ser honestos, el enfoque de diseño institucional y legislativo históricamente en Chile, ha estado restringido al denominado patrimonio material. Entonces, el diseño de políticas públicas debe considerar esa diversidad de territorio material y simbólico que abarca lo patrimonial.


¿Pero de qué hablamos cuando decimos patrimonio inmaterial?. ¿Nos estamos refiriendo sólo a las manifestaciones culturales tradicionales de nuestras comunidades?. Mi respuesta es categórica. NO. Tal como lo señala la UNESCO el patrimonio inmaterial es un territorio cultural amplio y complejo. Patrimonio inmaterial que, sin embargo, se materializa miles de veces en diversos soportes. Patrimonio Inmaterial que “se hace cuerpo” en un objeto libro, en un trozo de lienzo que contiene la pintura de Francisco Lira o José Balmes, en las cintas y latas de película que contienen la obra “El Chacal de Nahueltoro”, o las ricas humitas que preparamos en el campo con apego estricto a la receta de mi madre y su madre.



Vamos viendo, entonces; visibilicemos algo de este patrimonio “invisible”.



Nuestra habla, nuestras lenguas son PATRIMONIO INMATERIAL FUNDAMENTAL. Recibimos un lenguaje, vivimos en sus límites y creamos mundos gracias a él. Sabemos que la palabra es la herramienta más sofisticada de la evolución humana, y que existe en su uso colectivo, por lo cual cada idioma es expresión y contribuye a conformar la cosmovisión de una comunidad.

Cuando una lengua desaparece es una cultura la que muere. Cuando una cultura muere, muere una parte sustantiva de la memoria de la humanidad. Cuando dos o tres lenguas definen las comunicaciones del mundo, lo que se ha configurado es la hegemonía cultural de unas pocas comunidades humanas sobre las miles existentes; se ha consolidado la exclusión social, política, ideológica y cultural de miles de millones de seres en la construcción del futuro. Entonces, la lucha por nuestro derecho a existir como pueblos y comunidades nacionales requiere, también, que comprendamos la relevancia de nuestro idioma y las lenguas de nuestros pueblos originarios en nuestro acervo patrimonial y en nuestra supervivencia como comunidades.

Por su parte, el arte y la literatura en tanto representación simbólica son, por cierto, también parte del Patrimonio Inmaterial. Las obras creadas por nuestros artistas a lo largo de nuestra historia, en los más diversos ámbitos, lenguajes y soportes artísticos, son testimonio de su capacidad imaginativa y creadora y, al mismo, tiempo, son expresión de un contexto social, político, económico y cultural. Textos dramatúrgicos, documentales, cine de ficción, pinturas, esculturas, grabados, obras literarias, música, tanto la composición como su interpretación, el teatro, la danza, etc., son parte relevante de nuestro acervo cultural.

Asimismo, los saberes, prácticas y oficios vivenciados por distintas generaciones, y que expresan la sabiduría humana para vivir en el mundo y para convivir con la naturaleza, que no se aprenden en universidad alguna y que, sin embargo, por su fuerza para dar respuesta a las necesidades más profundas y también cotidianas de las personas, son elementos fundamentales de nuestro patrimonio inmaterial. Y la diversidad de esos saberes, prácticas y oficios a lo largo y ancho de nuestro país, nos reitera la pluralidad de nuestro patrimonio cultural.

El folclor, sin duda es parte del patrimonio cultural inmaterial. Me refiero al Folclor, no a la proyección folclórica; esta es representación. El folclor como forma de vida de una comunidad, de cómo preparar los alimentos, los ritos familiares y comunitarios, la naturaleza y forma de la fiesta, los ritos funerarios, los bailes propios, las formas de manifestar las creencias religiosas, las formas cotidianas de vestir heredadas de una generación a otra.

Pero, qué es esto de que sea Inmaterial. Sencillo y complejo a la vez. No se puede tocar con nuestras manos. Sin embargo, como cada uno puede constatar, estas diversas manifestaciones del patrimonio inmaterial en algún momento tiene su concreción en algún medio tangible o material. Comemos un rico curanto o unas exquisitas humitas. Bailamos una cueca brava, una cueca huasa o una cueca urbana. Vemos una película chilena como El Chacal de Nahueltoro y la cinta en 35 mm está guardada para que otras generaciones también la vean. Escuchamos la música y voz de Violeta Parra en discos y tenemos registros audiovisuales de sus interpretaciones. Podemos abrigarnos con hermosos chalecos hechos con lana de oveja, hilada y teñida con tintes naturales, con técnicas ancestrales del pueblo mapuche. En fin, el tránsito de patrimonio inmaterial a material es una delgada línea. Lo relevante es comprender que no existen patrimonios culturales de menor valía. Lo relevante es comprender que lo patrimonial no se reduce a lo monumental.

Y, reitero una cuestión, a mi juicio central, y vinculada a lo anterior, es quién o quiénes definen “lo patrimonial”. Como nos recuerda la UNESCO, las personas y las comunidades deben cumplir un rol central en la identificación de los bienes, sitios, prácticas y representaciones simbólicas que estiman relevantes y, por ende, de valor para preservar a futuras generaciones. En este campo debemos reconocer que históricamente en nuestro país, la definición de lo que es patrimonio cultural ha quedado en el campo de competencias de una elite, una elite académica y social. Estoy convencida que el diseño de políticas públicas tiene que hacerse cargo de la participación de los ciudadanos y sus comunidades y de la vinculación dialogante y de cooperación entre estas comunidades y los profesionales “expertos”.


Pero, también, debemos recordar que la definición o identificación de lo patrimonial siempre implica un proceso de selección o elección. Del conjunto de nuestra memoria y bienes y prácticas con valor simbólico, redescubrimos, vemos de nuevo, aquello que siendo una parte encierra en sí misma la riqueza y verdad de la totalidad.



jueves, 29 de julio de 2010

UNA BANDERA EMBARRADA COMO SIMBOLO DEL TERREMOTO INMATERIAL DE CHILE

La tragedia del terremoto y maremoto del 27 de Febrero del Año del Bicentenario nos ha quebrado cimientos fundamentales de nuestra vida cotidiana y nos ha puesto en crisis la visión de nosotros mismos. Cayeron casas y edificios, se rompieron puentes y carreteras; en zonas costeras, se desplazaron embarcaciones al centro de las ciudades mientras las calles de muchos pueblos eran verdaderos ríos. La muerte se instaló en cientos de familias y el miedo aún nos recorre por las venas, sobre todo porque los movimientos telúricos no han cesado en el centro y sur de nuestro país. Los lugares de refugio y de salud se convirtieron en espacios de silencio o muerte. Las referencias de cada localidad y ciudad del centro y sur de Chile han sido trastocadas; y la geografía, dicen, ha sido torcida y transmutada.

Siento y pienso que la tragedia es muy profunda. No son sólo cerca de 200 mil casas dañadas, hospitales y escuelas destruidas y caminos cerrados. El terremoto y el tsunami destruyeron nuestro Hogar; aquel espacio ciudadano construido a lo largo de varias generaciones, la Patria de la Infancia como dijera Gabriela Mistral. Una parte sustantiva de las huellas de nuestros padres y de nuestras madres, de nuestros abuelos y abuelas, de nuestras propias huellas, se han borrado. Se han borrado en Curepto, en Lolol, en el Barrio Yungay, en Constitución, en Talca, en Talcahuano, en Los Ángeles, y en tantos lugares. Donde existían edificios, casas, hospitales, locales comerciales, liceos y escuelas, primero quedó barro, maderas, tejas y pedazos de muros, y hoy sólo existen cientos de espacios vacíos.


También, en esta tragedia el Espejo nos mostró un rostro de nosotros que nos duele. Esa parte del alma de Chile que arrasa con el hermano cuando está más dolido y necesitado. Esa parte del alma nuestra que se hace más insaciable por tener bienes cuando el riesgo a la muerte se hace más presente. Y vimos un Chile con miles de fragmentos visibilizados por la fragmentación de la tierra. Seres humanos tratando de obtener agua y saber de sus hijos(as) y parientes desaparecidos, mientras otros llenaban sus lujosos autos con mercadería prescindible. Pero, igualmente, vimos periodistas en éxtasis mostrando sólo parte de los trozos fragmentados de este Chile y silenciando la nobleza de muchos y muchas, tal vez porque no era “rentable”.

El terremoto visibilizó, también, la precariedad de conservación de parte de nuestros acervos culturales. Más del 30% de los Monumentos Nacionales Históricos y Zonas Típicas de las regiones afectadas por el Sismo, han sufrido gravísimo daño y otro tercio sufrió de significativos daños. Iglesias del siglo XVII y XVIII simplemente se derrumbaron, y edificios emblemáticos para Chile y muchas generaciones de talquinos como el Liceo Abate Molina y el Museo O`Higginiano y de Bellas Artes de Talca están en serios riesgos, mientras comunas completas como Curepto o Cobquecura ya casi no existen.

Pero, la destrucción de este Sismo es, también, inmaterial. El Sismo nos ha quitado muchas de nuestras referencias, de nuestras huellas y de nuestros testimonios. Este otro terremoto, el terremoto de la Memoria es una fractura muy profunda al alma de muchas comunidades y miles de compatriotas. Se les han desparecidos sus testimonios, sus huellas, sus referencias, los espacios de sus recuerdos personales, familiares y comunitarios. Justo en un momento histórico en que estábamos asumiendo con tanta fuerza como sociedad chilena, la amplitud e importancia de la Memoria y el Patrimonio Cultural. Un patrimonio cultural comprendido en su profunda e indisoluble vinculación con la geografía y la naturaleza. Un momento en que explicitábamos nuestra comprensión sobre la necesidad humana y el Derecho y Deber de Memoria y de Patrimonio Cultural. Necesidad , derecho y deber, también ,para redefinirnos como país mestizo, multicultural y multiétnico y geográficamente diverso.

Y esa bandera partida, embarrada, levantada por un hombre joven en Constitución, en medio de tanta fragmentación del rostro de Chile, siento y pienso que adquirió tanta fuerza e impacto en todos nosotros porque apeló a esa memoria ancestral de comunidad, recordándonos que somos una COMUNIDAD, con pasado y con futuro; recordándonos, también, que el himno nacional y la bandera de un pueblo o país son parte sustantiva de su Patrimonio Cultural. En ellos se condensa una historia luminosa y dolorosa compartida, un sentido de pertenencia y una Voluntad de Ser, como decía Gabriela Mistral.

Ahora la pregunta que inevitablemente surge es ¿qué se reconstruirá?. ¿Quiénes y dónde se definirá lo que se demolerá y lo que se recuperará por la importancia patrimonial que conlleva? . Existe un riesgo muy alto en algo aparentemente bondadoso; me refiero a las donaciones para reconstruir pueblos y ciudades. ¿Será el Donante quién definirá cómo se construye Cobquecura,Iloca, Dichato, Lolol, Constitución o Talca?. O será la comunidad de cada ciudad o comuna, con sus organizaciones y ciudadanos, y el apoyo de arquitectos, ingenieros, historiadores, universidades regionales, quienes definan cómo será su ciudad o pueblo después del terremoto y tsunami. El riesgo se limita cuando el Donante DEBE entregar su aporte para desarrollar el Proyecto de Recuperación Patrimonial y Reconstrucción de “la ciudad “ o “Pueblo” , que la ciudadanía ha definido con el aporte de profesionales especializados.

Por otra parte, resulta preocupante el accionar de muchas autoridades locales y regionales , caracterizada por la desidia para dar respuesta clara a las personas y comunidades sobre cuáles serán los apoyos económicos efectivos para la restauración patrimonial. Peor aún, algunas autoridades han simplemente entregado la definición de un denominado Plan de Reconstrucción a empresas constructoras o consultoras , sin consideración opinión de los ciudadanos y de los especialistas en patrimonio cultural. En Talca, incluso, se ha propuesto crear un Banco de Propiedades para vender bien  y al mejor postor construcciones y sitios de gran valor histórico.

La pregunta es si seremos capaces como país de reparar el fino tejido de una parte de nuestra memoria y de nuestros acervos culturales que hoy están dañados. De no hacerlo así, la Bandera embarrada terminará por romperse.